A lo largo de mi maternaje, elaboré teorías caseras, enunciados intuitivos, precarios, casi infantiles que yo sentía como verdades irrefutables. Postulados que daban respuesta a millones de preguntas que se me acumulaban en la mente, cuando observaba absorta el milagro de la vida. Para mi sorpresa, con el tiempo fui constatando que algunas de esas teorías concluían igual que aquellas avaladas por la ciencia:
Lo primero que hice al llegar a mi casa luego de neonatología fue:
“…Los bebés siempre alzados porque a un bebé en brazos nunca le va a pasar nada malo…”. Si yo estaba con Lu prefería que Juan estuviera en otros brazos sintiendo calor humano, un corazón latiente y la conexión con su especie. Después sabría que en las culturas donde la madres portean a sus hijos, su ritmo cardiaco se sincroniza y la muerte de cuna se reduce de manera significativa. Muchas veces no me fue fácil y necesite generosidad de mi parte porque en la confusión de primeriza sentía a las cuidadoras como una amenaza. Pero cuando recapacitaba, me daba cuenta que no se trataba de mí, sino de mis hijos y era importante que fueran acunados, amados, arropados lo más posible. A juzgar por sus semblantes, no me equivocaban, estaban muy a gusto.
“Mis bebés deben estar siempre acompañados tanto de día como de noche”. Por entonces tampoco sabía nada sobre la practica del colecho e incluso, tenía la percepción que dormir con un bebé - y más aún con dos - podría ser peligroso. Recuerdo haberme cuidado estando alerta para no dormirme junto a mis hijos durante las siestas. Tenía un gran temor al síndrome de muerte de cuna y quería -que además de acompañarse ellos mismos en la misma cuna- sintieran que una respiración velaba por sus sueños. Aún hoy duermen acompañados porque me tranquiliza pensar que cuando se despiertan en la mitad de la noche pueden mirar a un referente. Me gusta que la mamadera de la noche llegue de inmediato, que reciben una palmada luego de una pesadilla y que sean arropados cuando lo necesiten. Una vez leí que los bebés que durante los primeros meses son atendidos inmediatamente a sus demandas, pasados los seis meses lloran menos, porque tiene la seguridad de que cuando necesiten algo vendrá. Es como si los bebés durante los primeros meses estuvieran chequeando con qué cuentan. Yo quería que mis hijos sepan que siempre pueden contar además de con ellos mismos con alguien.
Cuando Lu tenía pocos meses lloraba de corrido, llegando a angustiar a quien estuviera a su cargo. Yo la tomaba en brazos y pensaba
“Si llora, al menos que se sienta aceptada y querida”. Me resistía a creer que los bebés lloran porque sí y que hay dejarlos llorar. ¿Cómo podría ser que le gustará llorar porque sí? ¿Porqué se tomaría ese trabajo sin una razón?. Me llenaba de dolor verla enojada, molesta, incomoda y fuera de sí. Con el sonar de sus lagrimas mientras la acunaba, fantaseaba que si su cerebro se acostumbraba a una "supuesta sustancia química generada por llanto se volvería adicta y sería muy difícil, en el futuro, desarticular ese circuito orgánico y por ende esa conducta". Por más descabellada que parecía mi especulación, después sabría que cuando los bebés que lloran largamente generan una sustancia llamada cortisol, (similar a la que los adultos producimos por stress) razón por la cual luego de un llanto prolongado se duermen. Las cuestiones que estresan a los bebés son muy sencillas pero necesitan de un adulto para calmarse, ya que no pueden hacerlo por si solos como nosotros que podemos llamar a un amigo o practicar un deporte.
Me sigue sorprendiendo cómo la maternidad nos enseñan, nos provoca, nos guía hasta más allá de nosotras mismas. El milagro de se mamá, me invitó a conectarme emocionalmente para re-inventarme y moldearme según las necesidades de mi trinomio.