En casa el ritual diario de crianza de mis hijos es constante y bastante estricto, pero se fue dando de esa forma casi sin que me lo propusiera. Durante sus 540 días de vida, Juan y Lu se bañaron cada noche antes de ir a dormir, se acostaron en su cuna casi siempre a la misma hora, su siesta raramente se suspendió o se cambió de lugar por razón alguna, salvo cuando ellos lo decidieron y yo lo he respetado buscando preservar todas aquellos actividades que le dan una continuidad a sus días. Creo que esta vivencia cotidiana previsible y constante, les brinda una percepción de seguridad sobre lo que sucede a su alrededor. Como a todos nosotros, sentir que aquello que esperamos suceda luego la realidad lo confirme les debe ayudar a sentirse competentes y tranquilos, seguros en sí mismos y en su entorno, confiados en ellos mismos y en nosotros.
Es evidente que la "mellicitud" me condicionó en el
hacer de mi maternidad y ante la complejidad de salir sola o necesitar ayuda
para hacerlo, en muchas oportunidades he preferido que nos quedemos en casa a
nuestro ritmo. Porque no es lo mismo salir con un bebé que con dos, y tampoco
es cómodo estar con dos bebés con el humor alterado en un lugar que no es
propio, sabiendo que de estar en su atmósfera seguramente manifestarán su
bienestar y tranquilidad habitual.
Cuando escucho (no sin una pizca de sana
envidia) el relato de otros padres que incluyen a sus hijos en sus actividades llevándolos
a un almuerzo, luego a un té y por último a otra visita, se me viene a la
cabeza un concepto que alguna vez me dijeron: existen familias bebecéntricas
orientadas a satisfacer las necesidades del bebé y otras adultocéntricas que
buscan que los bebés se adapten a las necesidades de los adultos. Yo creo que
mi familia es mellicéntrica.
En casa muchas cuestiones son particulares. Juan o Lu deben esperar a ser calmados si yo estoy atendiendo a su hermano/a, han descubierto que además de mamá y papá hay otros afectos en quienes confiar y también han aprendido que para dormirse no necesitan ser palmeados ni paseados. Durante sus primeros meses en lugar de dormir con mamá lo han hecho con su hermano como en la panza y actualmente, aunque se resisten cuando hacemos un paseo en cochecito no pueden salirse de él, por la sencilla razón de que mamá no puede correr al mismo tiempo en direcciones contrarias. Si cada uno de nosotros somos nosotros y nuestra circunstancia, Juan y Lu deben sentir que -al igual no pueden traspasar el piso ni volar - así se vive en una familia mellicéntrica. Y seguramente deben sentir que tener un poquito menos de mamá no se compara con la alegría y privilegio de haber nacido acompañados.
En casa muchas cuestiones son particulares. Juan o Lu deben esperar a ser calmados si yo estoy atendiendo a su hermano/a, han descubierto que además de mamá y papá hay otros afectos en quienes confiar y también han aprendido que para dormirse no necesitan ser palmeados ni paseados. Durante sus primeros meses en lugar de dormir con mamá lo han hecho con su hermano como en la panza y actualmente, aunque se resisten cuando hacemos un paseo en cochecito no pueden salirse de él, por la sencilla razón de que mamá no puede correr al mismo tiempo en direcciones contrarias. Si cada uno de nosotros somos nosotros y nuestra circunstancia, Juan y Lu deben sentir que -al igual no pueden traspasar el piso ni volar - así se vive en una familia mellicéntrica. Y seguramente deben sentir que tener un poquito menos de mamá no se compara con la alegría y privilegio de haber nacido acompañados.