Todavía recuerdo mis interrogantes sobre
cómo subir las escaleras del consultorio pediatrico con los dos huevitos cuando
mis hijos eran muy pequeños o mis conjeturas sobre que pensarían los
destinatarios -la secretaría o una madre solidaria- de mis súplicas para que
miraran el bebé cuando tenía que cambiar los pañales a uno de mis hijos en el
baño y no entrábamos los tres.
Recuerdo mis contorciones para poner una
pierna en el cochecito de modo de sentir si deslizaba o algo le pasaba a mi bebé que quedaba
solito mientras acomodaba a su hermano en la sillita del auto. Con mucho menos
nostalgia todavía, me acuerdo los varios meses que viví con moretones en las
piernas de tanto subir el cochecito doble al baúl que pesaba sus varios kilos.
De pronto, me había convertido en una mujer forzuda y hasta ahora manifiesto esa nueva capacidad cuando tengo que alzar a los dos juntos que suman más de veinte
kilos.
Nunca podré olvidar la expresión sorpresa
o mejor dicho, de casi enojo de un padre desconocido al que en un cumpleaños prácticamente
le ordené que cuidara que a Juan no le pasara nada en el agua cuando se había
metido vestido en una fuente y yo no podía alcanzarlo para alzarlo y correr a rescatar a Lu que se trepaba por una escalera sin baranda
cuando recién estaba probando esa proeza.
De varios lugares, me he ido pensando que
donde mejor se sentían mis hijos era en mi casa, ante la sorpresa de las madres de sólo hijo que lo llevaban cómodamente pegados a su cuerpo como pareciendo no perder
su libertad.
Con dos bebes es casi imposible cualquier programa, si salía con una amiga entre que atendía a Juan y
luego a Lu, prácticamente no me podía relacionar con el destinatario de mi
visita. Y peor aún, a mi bebé que no tenía alzado al encontrarse en un espacio
desconocido requería más mi atención que si estaría en casa con su música, su
aroma, sus referentes amorosos. Salir con mellizos me parecía una
verdadera osadía será por eso que solo me animé cuando los meses habían
avanzado y por ende, mi confianza. Y muchas veces incluso, aceptaba cuando
había alguna amiga que se comprometía a ayudarme con algunos de mis hijos.