Y como corresponde una vez se cumplió, Lu tenía diez meses cuando salí
con ella a hacer algunas compras y a realizar algunos tramites domésticos.
Durante el paseo disfrutamos, conversamos y fue una salida de
“chicas”. A la hora de regreso me faltó comprar un solo regalo infantil para
ese mismo día y allá fuimos a la última posta. Estacioné el auto, y me bajé en la juguetería que estaba en frente dejándome olvidada a Lu en su sillita.
Habrán pasado no más de cinco minutos cuando haciendo cola en la caja vi a una
madre con su bebé y ahí me di cuenta. Se me vino su imagen a mi mente y la desesperación. Salí corriendo gritando: “Me olvide a Lu,
me olvidé a mi hija”.
Cuando llegué, me dispuse a abrir la puerta a la vez que miraba por la ventana esperando supongo un llanto desconsolado. Pero la realidad era otra, ahí estaba mi hija durmiendo plácidamente acariciada por el incipiente sol de otoño como si nada hubiera pasado. Ella nunca supo de mi fugaz abandono, pero yo me atormenté de verguenza durante muchos meses pensando que sólo a mi me había ocurrido. Tanto que hasta hoy, las veces que voy sola en el auto suelo mirar constantemente los asientos de atrás para confirmar aquello que sé: mis bebés están en casa.
Cuando llegué, me dispuse a abrir la puerta a la vez que miraba por la ventana esperando supongo un llanto desconsolado. Pero la realidad era otra, ahí estaba mi hija durmiendo plácidamente acariciada por el incipiente sol de otoño como si nada hubiera pasado. Ella nunca supo de mi fugaz abandono, pero yo me atormenté de verguenza durante muchos meses pensando que sólo a mi me había ocurrido. Tanto que hasta hoy, las veces que voy sola en el auto suelo mirar constantemente los asientos de atrás para confirmar aquello que sé: mis bebés están en casa.
Vaya susto!
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