Mi embarazo fue deseado, muy deseado.
Quizá por eso no me canso de decirles a mis hijos que fueron invitados a la
vida. En los momentos de intimidad, les cuento cuánto los imaginé, cuánto
los esperé y me encanta hacerlos sentir bienvenidos. Se los digo - aunque yo sé
que ellos lo sienten mejor que nadie - porque creo que debe ser lindo
escucharlo.
Durante las largas horas que se
sucedieron una tras otra en los 19 días que estuvimos con Juan y Lu en
neonatología, comprendí que nadie puede vivir sin ser invitado, aunque más no
sea por uno mismo. Nacer es tan milagroso que tiene que haber
muchas deseos y ganas para que suceda. En las varias filas de incubadoras una
al lado de la otra, que albergaban esas incipientes y pequeñas vidas al borde
del abismo, todas parecían estrellitas lejanas y diminutas, con luces tenues
pero con enormes ganas de brillar.
Siempre me pregunto que será de
Facundo –nuestro vecino de neo - que con no más de 800 gramos se defendía
de las apneas como podía y días tras día compraba un nuevo pasaje a la
vida. También recuerdo el enojo de Martín, cuando en las llegadas
matinales veía a Juan solito con una sonda, porque su vecino había necesitado
un cien por cien de atención y no había brazos para alimentarlo.
No puedo olvidarme de mi absoluto desconcierto que no entendía porque habíamos ido a parar a ese
espacio de tanta complejidad cuando mis hijos parecían estar bastante mejor
comparado con sus vecinos. Me acuerdo también con desconcierto de los
llantos de Juan, que desentonaban completamente en el lugar y que llamaban la
atención de los otros padres, porque los bebés que están tan mal casi no pueden
llorar.
A nosotros nos tocó así, en vez de
la cuna soñada con moños rosas y celestes, incubadoras plásticas, con sus
chillidos robóticos permanentes, rodeadas de enfermeras y médicos especialistas,
en el medio de un paisaje aséptico y con aroma a desinfectante; pero nunca me
voy a olvidar de la emoción de abrazarlos descubriendo ese enamoramiento
profundo y tan del origen de nuestra condición.
Nunca
uno imagina cómo serán los primeros días de maternidad, y si bien me llevo esa
imagen visual de hospitalización, también me llevó el recuerdo hablarles
despacito mientras le contaba de nuestra vida, de nuestra casa, de nuestros
sueños, de nuestras ganas de compartir la vida. Porque al final cada vez
que los alzaba los únicos que estábamos éramos nosotros, como hacía días en la
panza. Y el mundo quedaba afuera, allá lejos de nuestra emoción.
Ay, como se parece tu experiencia a la mía!
ResponderEliminarQue duro verles tan pequeñines llenos de cables, hay imágenes que me gustaría borrar para siempre.