miércoles, 18 de abril de 2012

Invitados a la vida







Mi embarazo fue deseado, muy deseado. Quizá por eso no me canso de decirles a mis hijos que fueron invitados a la vida.  En los momentos de intimidad, les cuento cuánto los imaginé, cuánto los esperé y me encanta hacerlos sentir bienvenidos. Se los digo - aunque yo sé que ellos lo sienten mejor que nadie -  porque creo que debe ser lindo escucharlo.

Durante las largas horas que se sucedieron una tras otra en los 19 días que estuvimos con Juan y Lu en neonatología, comprendí que nadie puede vivir sin ser invitado, aunque más no sea  por uno mismo.  Nacer es tan milagroso que tiene que haber muchas deseos y ganas para que suceda. En las varias filas de incubadoras una al lado de la otra, que albergaban esas incipientes y pequeñas vidas al borde del abismo, todas parecían estrellitas lejanas y diminutas, con luces tenues pero con enormes ganas de brillar.

Siempre me pregunto que será de Facundo –nuestro vecino de neo - que con no más de 800 gramos se defendía de las apneas como podía y días tras día compraba un nuevo pasaje a la vida. También recuerdo el enojo de Martín, cuando en las llegadas matinales veía a Juan solito con una sonda, porque su vecino había necesitado un cien por cien de atención y no había brazos para alimentarlo.  

No puedo olvidarme de mi absoluto desconcierto que no entendía porque habíamos ido a parar a ese espacio de tanta complejidad cuando mis hijos parecían estar bastante mejor comparado con sus vecinos. Me acuerdo también con desconcierto de los llantos de Juan, que desentonaban completamente en el lugar y que llamaban la atención de los otros padres, porque los bebés que están tan mal casi no pueden llorar.

A nosotros nos tocó así, en vez de la cuna soñada con moños rosas y celestes, incubadoras plásticas, con sus chillidos robóticos permanentes, rodeadas de enfermeras y médicos especialistas, en el medio de un paisaje aséptico y con aroma a desinfectante; pero nunca me voy a olvidar de la emoción de abrazarlos descubriendo ese enamoramiento profundo y tan del origen de nuestra condición.

Nunca uno imagina cómo serán los primeros días de maternidad, y si bien me llevo esa imagen visual de hospitalización, también me llevó el recuerdo hablarles despacito mientras le contaba de nuestra vida, de nuestra casa, de nuestros sueños, de nuestras ganas de compartir la vida. Porque al final cada vez que los alzaba los únicos que estábamos éramos nosotros, como hacía días en la panza. Y el mundo quedaba afuera, allá lejos de nuestra emoción.

1 comentario:

  1. Ay, como se parece tu experiencia a la mía!
    Que duro verles tan pequeñines llenos de cables, hay imágenes que me gustaría borrar para siempre.

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