Desde hace días Juan se ha convertido por momentos en un lanzador. Casi siempre una pelota es el objeto elegido, pero otras oportunidades la cambia por otros menos aptos y sobretodo más frágiles. No obstante, debo reconocer que en su corta vida no han sido demasiado las perdidas por ellos provocados. Y esto no se debe a que tenga pocas oportunidades de manipular sino todo lo contrario, me encanta darles libertad y estimularnos a que colaboren con la vajilla porque me parece importante para su autonomía mas allá de lo que se puede romper.
Días pasados, Juan estaba jugando con un bols que le había comprado para traspasar botones y en un momento lo que parecía un juego tranquilo perdió la calma y por alguna razón desconocida el bols fue a parar a algún lugar para convertirse en tres pedazos. En el afán de cuidado, lo primero que hizo Tati, quien me ayuda a cuidarlos fue sacarle aquellos pedazos mientras le explicaba que lo había roto. Pensé si Juan entendería aquello sobre lo que le estábamos hablando acabadamente y como se sentiría al respecto de seguir su impulso y encontrarse con esta consecuencia no planeada que ni siquiera llegaba a comprender.
Me quede pensando si al sacarle lo más rápido posible no le quitaría una oportunidad de comprender aquello que había sucedido. Me pareció importante que el pudiera tocar y descubrir qué eran esos pedazos, de donde había venido, porque se había convertido de esa manera y ya no eran lo que el esperaba. Si bien es verdad que las puntas podían ser peligrosas, preferí correr ese remoto riesgo a la vez que lo observaba. Juan tomó los pedazos como pudo y salió de la cocina al garage, donde se sentó - como si nuestra presencia lo delatara y avergonzara - y trato de organizar esos pedazos como en un intento de armado para que fuera aquello qué el conocía y no ese nuevo objeto que no entendía.
Durante esos minutos lo espiamos - respetando su necesidad de intimidad pero a la vez que protegiéndolo - en sus intentos desesperados de armarlo y luego de varios intentos se mostró vencido por la imposibilidad de lograrlo. Fue entonces que me acerqué con otro bols simular y lo puse al lado de lo que el anterior, para que Juan pudiera descubrir por él mismo eso que nosotros le describimos a veces como "roto" y "sano". Creo que con su escaso año y diez meses, tuvo la oportunidad de conjeturar sensorialmente lo que había sucedido: el sintió que lo había roto, no había pasado en las otras oportunidades que había ejecutado esa acción, pero esta vez había sucedido algo inesperado.
Me parece que muchas veces los adultos en nuestro animo de enseñarte a cuidar las cosas hacemos parecido a culparlos. Lo rompiste ¿ves?, hay que tratar las cosas con cuidado. Y a veces me quedo pensando: ¿Entenderán más rápidamente por nuestras palabras lo que significa sano y roto?, ¿No necesitarán más tiempo para decodificar eso que paso que el que necesitamos nosotros?,
Yo estoy segura que Juan comprendió mucho más acabadamente habiendo visto y palpado ese material roto que de haber oído esa palabra varias de mí. Y creo que de ahora en más su deseo de cuidar las cosas no será el resultado de agradarnos a nosotros los adultos, sino porque no querrá sentir eso que me pareció trasmitir con su mirada cuando vio los pedazos dispersos por el piso. A él no le gusto romper algo, independiente de mí y mi explicación.
La confirmación más evidente que lo entendió sucedió al día siguiente, cuando mientras contaba la anécdota frente a él, mi hijo abandono por unos minutos su absorta concentración de las primeras imágenes televisivas para mirarme por algunos segundos. Tanto a mí como a mi interlocutor nos llamó la atención: el sabía de que estábamos hablando y sabía que nuevo. Seguramente con esta información sus impulsos lanzadores se encauzarán algunas veces si y otras mejor no... Pero eso no yo no puedo explicárselo solo él lo puede regular, para aprenderlo realmente, no?
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