Juan, como siempre
se entregó al disfrute sin dudarlo. Después de rondar por cada uno de los
juegos, el pelotero fue su última estación. Siempre le gustó este juego donde él se puede
tirar de lleno y también le gustó esta vez la idea de seguir a un niño que
tiraba pelotas por el aire en manifestación de alegría.
Mientras él se
mostraba encantado con el espectáculo, algunas pelotas comenzaron a
dispersarse. Un niño mayor trato de corregir esto indicándole que no sacara las
pelotas y cuando Juan quería entrar al pelotero, el niño mayor lo empujaba
apoyando su mano en el pecho de Juan e impidiéndole el ingreso.
Juan parecía no
dejarse detener y daba la vuelta al pelotero e ingresaba por otra entrada. De
esa forma lograba su cometido. Mientras tanto, yo
observaba la situación a una distancia prudencial y cuando se requería mi
presencia me acercaba para explicarle amorosamente al otro niño que Juan era
más pequeño y que yo me ocuparía de volver las esparcidas pelotas a su lugar.
Pero la mano en el
pecho de Juan cada vez que intentaba ingresar me daba algo de impotencia. Pensé
que lo mejor era que si la situación estaba controlada dejara que mi hijo lo resolviera por si mismo y además: ¿Qué otra posibilidad tendría?
¿Debería alejarlo de aquello que le gustaba o corregirlo con vehemencia para
que no tire las pelotas cuando en un cumpleaños todo es excitación?, ¿Debía ser
mas dura con el otro niño que estaba afirmando algo que era cierto? ¿Debería
haberme compadecido de mi hijo porque
fuera más chico y que por eso la situación era injusta?. Lo único que pude
hacer fue observar... y para mi sorpresa luego de algún tiempo escuche un
llanto...
Juan
seguía sin poder ingresar al pelotero porque claramente el niño se lo estaba
impidiendo. Pero por esta vez la mano no estaba en el su pecho si no en sus
cerrados dientecitos. Con este pequeño acto, Juan había dejado en claro que no
es gratis provocarlo. Me acerque rápidamente para pedirle que soltara al otro
niño porque eso le dolía, pero adentro mío sentí que Juan se había conectado
con su límite y hartazgo. Pero claro, si bien la acción no es la más indicada, a
sus casi dos años de vida fue el modo que encontró para defenderse. Ya tendremos
tiempo para buscar alternativas igual de efectivas y más amorosas para estos
casos.
Guau! Qué vivencia interesante... será esto realmente lo que es "aprender a socializar" y hoy en día se confunde con otras cosas? es decir experimentar situaciones donde ser uno con el otro? Cuánto de libertad se requiere de parte de los padres, cuánto de "dejar ser" para que surja el ser de los hijos.
ResponderEliminarBesos!!!
Flor