miércoles, 18 de abril de 2012

Y Juan se defendió...

El sábado un amigo de mis hijos cumplió dos años y allá fuimos a la fiesta. El festejo tenía todo y más: invitados en cantidad, un enorme castillo inflable, dos autos para disfrutar en el jardín, un pelotero para los pequeños y muchos dulces para deleitarse.

Juan, como siempre se entregó al disfrute sin dudarlo. Después de rondar por cada uno de los juegos, el pelotero fue su última estación.  Siempre le gustó este juego donde él se puede tirar de lleno y también le gustó esta vez la idea de seguir a un niño que tiraba pelotas por el aire en manifestación de alegría.

Mientras él se mostraba encantado con el espectáculo, algunas pelotas comenzaron a dispersarse. Un niño mayor trato de corregir esto indicándole que no sacara las pelotas y cuando Juan quería entrar al pelotero, el niño mayor lo empujaba apoyando su mano en el pecho de Juan e impidiéndole el ingreso.

Juan parecía no dejarse detener y daba la vuelta al pelotero e ingresaba por otra entrada. De esa forma lograba su cometido. Mientras tanto, yo observaba la situación a una distancia prudencial y cuando se requería mi presencia me acercaba para explicarle amorosamente al otro niño que Juan era más pequeño y que yo me ocuparía de volver las esparcidas pelotas a su lugar.

Pero la mano en el pecho de Juan cada vez que intentaba ingresar me daba algo de impotencia. Pensé que lo mejor era que si la situación estaba controlada dejara que mi hijo lo resolviera por si mismo y además: ¿Qué otra posibilidad tendría? ¿Debería alejarlo de aquello que le gustaba o corregirlo con vehemencia para que no tire las pelotas cuando en un cumpleaños todo es excitación?, ¿Debía ser mas dura con el otro niño que estaba afirmando algo que era cierto? ¿Debería haberme compadecido  de mi hijo porque fuera más chico y que por eso la situación era injusta?. Lo único que pude hacer fue observar... y para mi sorpresa luego de algún tiempo escuche un llanto...

Juan seguía sin poder ingresar al pelotero porque claramente el niño se lo estaba impidiendo. Pero por esta vez la mano no estaba en el su pecho si no en sus cerrados dientecitos. Con este pequeño acto, Juan había dejado en claro que no es gratis provocarlo. Me acerque rápidamente para pedirle que soltara al otro niño porque eso le dolía, pero adentro mío sentí que Juan se había conectado con su límite y hartazgo. Pero claro, si bien la acción no es la más indicada, a sus casi dos años de vida fue el modo que encontró para defenderse. Ya tendremos tiempo para buscar alternativas igual de efectivas y más amorosas para estos casos.

1 comentario:

  1. Guau! Qué vivencia interesante... será esto realmente lo que es "aprender a socializar" y hoy en día se confunde con otras cosas? es decir experimentar situaciones donde ser uno con el otro? Cuánto de libertad se requiere de parte de los padres, cuánto de "dejar ser" para que surja el ser de los hijos.
    Besos!!!
    Flor

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