miércoles, 7 de marzo de 2012

Resilencia...

El último mes de mi embarazo fue complicado, pasamos todos los fines de semana de guardias en guardias hospitalarias por mis dolores de cabeza frecuentes, por mi acidez incendiaria dentro mío, por mis perdidas momentáneas de capacidad de habla.

De pronto como si nada un embarazo agradable, bien vivido y maravilloso se fue oscureciendo para no dejarme dormir noche tras noche y llenarme de temores. La situación más dura fue tres días antes de la cesárea cuando luego de largas entrevistas, estudios, análisis en el mejor centro neurológico del país, escuché quizás la frase más desafortunadas de mi vida: "Usted no debería haberse quedado embaraza", como si en ese momento pudiera o deseara cambiar esa historia y como si esa terrible especulación de una malformación neurológica estuviera escrita y no fuese una desgraciada y errónea interpretación médica.

Fueron largas las horas en que buscaron persuadirme para entrar a ese tubo del tomógrafo, donde mi enorme panza me dejaba tan sólo un centímetro para ver la luz de afuera. Una hora ahí adentro donde la única referencia fue la mano de Martín que me sostenía en el temor y la desazón. Solo me acuerdo que una vez adentro, busque acallar el sonido de ese aparato conversando con mis bebés para que ese momento casi perdido se sublimara en un regalo hacia ellos.

Pocas veces en mi vida había escuchado esa palabra resilencia, pero su maravilloso significado se me vino a mi cabeza ese día con la necesidad imperiosa que te da el desconcierto hacia el futuro. No se cuán habrán participado de ese dialogo mis bebés y menos aún sé si realmente se habrá sembrado en algún lugar de su conciencia la idea de que la condición humana cuenta con la capacidad de superar las malas vivencias y de re-inventarlas para buscarles un sentido.

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