domingo, 26 de febrero de 2012

Familia mellicéntrica


En casa el ritual diario de crianza de mis hijos es constante y bastante estricto, pero se fue dando de esa forma casi sin que me lo propusiera. Durante sus 540 días de vida, Juan y Lu se bañaron cada noche antes de ir a dormir, se acostaron en su cuna casi siempre a la misma hora, su siesta raramente se suspendió o se cambió de lugar por razón alguna, salvo cuando ellos lo decidieron y yo lo he respetado buscando preservar todas aquellos actividades que le dan una continuidad a sus días.

Creo que esta vivencia cotidiana previsible y constante, les brinda una percepción de seguridad sobre lo que sucede a su alrededor. Como a todos nosotros, sentir que aquello que esperamos suceda luego la realidad lo confirme les debe ayudar a sentirse competentes y tranquilos,  seguros en sí mismos y en su entorno, confiados en ellos mismos y en nosotros.

Es evidente que la "mellicitud" me condicionó en el hacer de mi maternidad y ante la complejidad de salir sola o necesitar ayuda para hacerlo, en muchas oportunidades he preferido que nos quedemos en casa a nuestro ritmo. Porque no es lo mismo salir con un bebé que con dos, y tampoco es cómodo estar con dos bebés con el humor alterado en un lugar que no es propio, sabiendo que de estar en su atmósfera seguramente manifestarán su bienestar y tranquilidad habitual.

Cuando escucho (no sin una pizca de sana envidia) el relato de otros padres que incluyen a sus hijos en sus actividades llevándolos a un almuerzo, luego a un té y por último a otra visita, se me viene a la cabeza un concepto que alguna vez me dijeron: existen familias bebecéntricas orientadas a satisfacer las necesidades del bebé y otras adultocéntricas que buscan que los bebés se adapten a las necesidades de los adultos. Yo creo que mi familia es mellicéntrica.




En casa muchas cuestiones son particulares. Juan o Lu deben esperar a ser calmados si yo estoy atendiendo a su hermano/a, han descubierto que además de mamá y papá hay otros afectos en quienes confiar y también han aprendido que para dormirse no necesitan ser palmeados ni paseados. Durante sus primeros meses en lugar de dormir con mamá lo han hecho con su hermano como en la panza y actualmente, aunque se resisten cuando hacemos un paseo en cochecito no pueden salirse de él, por la sencilla razón de que mamá no puede correr al mismo tiempo en direcciones contrarias.

Si cada uno de nosotros somos nosotros y nuestra circunstancia, Juan y Lu deben sentir que -al igual no pueden traspasar el piso ni volar - así se vive en una familia mellicéntrica. Y seguramente deben sentir que tener un poquito menos de mamá no se compara con la alegría y privilegio de haber nacido acompañados.

sábado, 25 de febrero de 2012

Mi justiciera injusta

Por estos días estoy notando una nueva actitud defensiva en mi hija. Para admiración de quienes la acompañamos cotidianamente observamos sorprendidos cómo quedo atrás esa posición de pobrecita que se dejaba sacar todo por su hermano o que directamente entregaba sus preciados objetos por temor, para convertirse en una pícara provocadora. Cada tanto se la pueda ver sacándole ella los juguetes a su hermano y corriendo al tiempo que sonríe gozando su pequeña venganza tardía o más bien su victoria personal de superación.

Pero lo que más me sorprende por estos días es ver como sale a la defensa de su hermano. Si alguien le saca algo a Juan, lo empuja o realiza cualquier otra acción que lo hace llorar, ella se queda observando tranquila y ajena en apariencia. Pero cuando los adultos pudimos calmar los llantos y la situación se normaliza, Lu disimuladamente se acerca al supuesto agresor y le tira el pelo con fuerza y definición. Algo así como:  "Con mi hermano no te metas, porque nosotros somos dos".

A mi nueva justiciera injusta poco le importan las razones y si Juan quién sacó el juguete como lo hacía con ella misma, y por ende el responsable del llanto ajeno no le interesa. Para Lu, lo único relevante son las lágrimas de su hermano y con eso no se juega.

domingo, 19 de febrero de 2012

¿Confiar no es parte del amor?

Cuando me dicen que soy una imprudente y que dejo hacer a Juan y Lu lo que quieren, yo tengo una mirada distinta. Es verdad que disfruto verlos trepar sillas y sillones, curiosear lejos de mí, subir y bajar escaleras, escalar mesas y sillas y que mi confianza parece llamar la atención de aquellos temerosos que se preocupan por sobre lo que podría pasar.

Pero creo que lejos de sentirme confiada de una manera infundada, es el resultado de un largo recorrido de “movimiento en libertad” que les ha posibilitado a Juan, Lu y a mí ser precavidos y conscientes de sus posibilidades. Cuando toman un "aparente riesgo para la mirada ajena" yo creo que han medido sus posibilidades, probado y estudiado hacerlo. Pero no lo digo como una madre que cree que sus hijos son especiales, sino después de haber tenido muchas veces miedo, de haber dudado mucho si ayudarlos o no,  de haber ubicado mis manos a veinte centímetros de distancia para que si salía mal la maniobra los pudiera atajar. He aprendido a ser respetuosa de sus decisiones motrices a fuerza de haberme asustado pero haberlos dejado con vigilancia permanente por el sólo hecho de respetar sus iniciativas. Y cuando han realizado una acción que si puede ser más peligrosa - como la vez que Lu se subió por un escalera de pintor con una solo y un año y pocos meses - yo busco ayudarlos a desandar esa acción. Mi postura es la siguiente si ya sabe realizarla, más vale que también sepa resolverla.

Reconozco también que cuando uno de mis hijos comienza alguna proeza física que otros etiquetan como riesgosa y me incitan a un posible rescate yo suelo afirmar: “Espera, espera estoy segura que lo va a poder resolver” y con orgullo siento que hasta ahora no me he equivocado. Salvo por un raspón en la nariz de Lu en una corrida donde el piso jugó una mala pasada, en este año y medio han habido muy pocos golpes, chichones, lastimaduras y frutillas y ninguno para consultar a un médico. ¿Siendo dos, no es la confirmación de que son precavidos?

No siento para nada una madre inconsciente que deja que sus hijos hagan lo que ellos quieren, pero si una madre motivadora que ellos hagan la mayoría de las cosas que pueden por si mismos. Estoy muy lejos de actuar así desde una mirada de desamor, sino de un profundo respeto y admiración. ¿Confiar a la vez que cuidar no es parte del amor? 

sábado, 18 de febrero de 2012

Autonomía acuática

Si tengo que definir este verano con respecto a mis hijos, lo califico como acuático para ellos. Han jugado en su pequeña pileta, se han divertido horas con la manguera, han gozado con autonomía en la pileta de adultos  –con vigilancia permanente y una salvavidas espectacular - y por estos días, están disfrutando del mar.


Parada en la orilla de la pileta o del mar tres madres me han preguntado: ¿Cómo hiciste para que no le tengan miedo al agua? Y como en muchas otras oportunidades, no he tenido respuesta. Siento que no he hecho nada, pero quizás no hacer nada, sea en este caso hacer mucho. Mi mejor respuesta es que ido de menor a mayor: no he buscado enamorarlos del agua, tampoco me he dejado llevar por mi ansiedad de mostrarles aquello que inexorablemente descubrirían a su tiempo. Por el contrario, he estado un paso atrás de sus deseos esperando su propio impulso de curiosidad hasta que fuera inevitable.

Preguntas tales ¿Cómo se sentirían en este nuevo registro de gravedad?, ¿Qué les pasaría en un nuevo universo para los cuales sus capacidades aprendidas ya no eran suficientes? me han dado vueltas por mi cabeza y preocupado. “Quedate tranquila que tus hijos van a dominar rápidamente el agua cuando llegue el momento, sin imposiciones de tiempos ni propuestas de tu parte” fue la recomendación de mi pediatra Liliana Gonzalez ante mi consulta sobre las clases de natación al acercarse el verano y acrecentarse mis temores.


Su consejo fue: Empezá con una pileta pequeña con sólo dos centímetros de agua y una manguera para que ellos gocen de su autonomía y vos tu tranquilidad. Poca agua porque si se caen pudieran levantar su cabeza por instinto y respirar sin necesitar ayuda. Luego, vendría el salva-vida maravilloso que les permitió sus primeras patadas y la posibilidad de trasladarse en el agua entrando y saliendo de la pileta a su antojo.

El camino más exigente para mí fue el del cuidado, porque desde la excitación inicial hasta la tranquilidad actual, pasó mucho agua bajo mis nervios. Reconozco que en algunas de las corridas de custodia que me exige el cuidado extremo de su libertad, he llegado a desear en silencio que una ola les dé una lección que lo vuelva precavidos. El verano esta terminando y hasta ahora no ha pasado. Lo único que me llevo son las sonrisas aguadas y arenosas de mis hijos constantes como las olas del mar. 






viernes, 17 de febrero de 2012

El día que mi miedo se cumplió

Toda mi vida fui muy distraída perdiendo hasta los más diversos objetos, así que mi propia fantasía y la ajena era cómo haría cuando fuera madre. Todos proyectaban la posibilidad de que olvidase mis hijos en algún lugar público, por lo que obviamente esa profecía ha rondado siempre en mi cabeza atemorizándome.

Y como corresponde una vez se cumplió, Lu tenía diez meses cuando salí con ella a hacer algunas compras y a realizar algunos tramites domésticos. Durante el paseo disfrutamos, conversamos y fue una salida de “chicas”. A la hora de regreso me faltó comprar un solo regalo infantil para ese mismo día y allá fuimos a la última posta. Estacioné el auto, y me bajé en la juguetería que estaba en frente dejándome olvidada a Lu en su sillita. Habrán pasado no más de cinco minutos cuando haciendo cola en la caja vi a una madre con su bebé y ahí me di cuenta. Se me vino su imagen a mi mente y la desesperación. Salí corriendo gritando: “Me olvide a Lu, me olvidé a mi hija”.

Cuando llegué, me dispuse a abrir la puerta a la vez que miraba por la ventana esperando supongo un llanto desconsolado. Pero la realidad era otra, ahí estaba mi hija durmiendo plácidamente acariciada por el incipiente sol de otoño como si nada hubiera pasado. Ella nunca supo de mi fugaz abandono, pero yo me atormenté de verguenza durante muchos meses pensando que sólo a mi me había ocurrido. Tanto que hasta hoy, las veces que voy sola en el auto suelo mirar constantemente los asientos de atrás para confirmar aquello que sé: mis bebés están en casa.