domingo, 29 de abril de 2012

¿Las madres somos un hilo conductor?


En la película Loczy: un hogar para crecer, se puede observar que en el orfanato el énfasis está puesto en la importancia de generar una rutina previsible para que los niños puedan anticiparse y entender lo que sucede a su alrededor. Esta rutina esperable funciona como un hilo conductor para estos chicos abandonados. Desde la perspectiva de un bebé o niño debe ser algo como: si yo sé lo que va a pasar y pasa…me siento seguro.

En el caso de mis hijos, esta rutina obviamente no es tan estricta y la mayoría de las personas que se relacionan con ellos no tenemos la formación Pikleriana de Loczy, así que supongo que ese hilo conductor soy yo como mamá.

Me gusta pensar que mi función tiene mucho que ver con generar un ambiente previsible, una rutina que les haga sentir seguros. Es decir, que eso que sospecha que sucederá, pase y eso que prometí, se cumpla.

Por eso, cuando me voy de casa, no me gusta mentirles ni salir a escondidas, prefiero que registren que me voy y que no me deberán buscarme por la casa. Me da tranquilidad invitarlos a participar del ritual de la partida y la llegada, dándoles un beso, explicarles y que acompañen hasta la puerta. Es verdad que a veces se quedan llorando, pero lo prefiero a desorientarlos. Además como se que se quedan con otros referentes de apego prefiero que sepan que es con ellos que con quienes deberán contar.

En general cuando me voy, Lu me saluda con su manito a modo de adiós y Juan se aferra con uñas y dientes, pero creo que más importante que el par de lágrimas pasajeras que derrama, es construir su seguridad y una lectura correcta de su realidad minuto a minuto. Como siempre mama vuelve…

jueves, 26 de abril de 2012

Soberbia Materna

Los otros días me encuentro con una señora que me cuenta: - Mi nuera tiene trillizos de la edad de los tuyos mios y un bebé de 8 meses. A lo que yo pregunto: - ¿Pero como hace? ¿Todo el mundo la ayuda? ¿Vos sos parte del staff de baile, no?. A lo que ella me responde: - No! No quiere que nadie la ayuda.  Entonces volví a inquirir: ¿Cómo pueden atenderlos a todos con la calidad que se merecen?. Y no recibí respuesta.

Me quedé pensando en ese concepto tan diferente a mi mirada. ¿Porqué hay una idea generalizada de que una madre debe hacer todo y nadie más puede hacerlo como ella?, ¿Porque una madre no quiere que nadie más le de amor a sus hijos con lo maravilloso que debe ser estar rodeado del amor de mamá de otros afectos también?, ¿Porque una madre puede pensar que solo ella puede detentar un conocimiento certero sobre ese hijo, si no tiene ni siquiera el tiempo suficiente para observarlos?.

Cuando nacieron mis hijos yo me sentí muy perdida emocionalmente mi forma de tener control de la situación eran cuestiones menores como un cuaderno donde se anotaba todo: cuanto dormían, cuanta leche tomaban, cuando hacían pis y caca, en la dinámica de dos puede ocurrir cambiar dos veces al mismo bebé o brindarle dos mamaderas en medio de la noche.

Pensar que sólo uno puede hacer lo mejor para un hijo es soberbia, claro que las madres somos las madres, pero yo he comprobado como mis hijos se han calmado en brazos ajenos que más tranquilos y sin tanta emoción ha podido acunarlos con entrega y amor. Y muchas veces yo he experimentado esa sensación de entregar amor a un bebé que no sea mis hijo, por el solo hecho de enternecerme por su condición y buscarle trasmitirle en ese instante lo mejor de mí. Si evidentemente, quizás no la sentirán como su mamá, pero si como alguien más, como una nueva posibilidad, como un nueva figura de apego.

Se me viene a la cabeza esta nueva forma de vida que tenemos donde las madres estamos solas, encerradas sin la mirada de nuestros pares, en mi caso ni de mi madre por vivir lejos, tan alejado de esa crianza que debe haber dado en el pasado donde uno sabía criar porque siempre estaba rodeado en la tribu de algúna persona que también estaba criando...Habrán existido en esas tribus trillizos? y habrá habido la posibilidad de que esa madre hubiera pedido que nadie intervenga...evidentemente la modernidad tiene cosas maravillosas por ejemplo el aumento de los nacimientos múltiples, pero otras no tan sanas ni enriquecedoras.

Cuando nacieron mis hijos yo supe que al ser dos mis brazos se tendrían qeu dividir, y algunas veces tuve celo de que otros brazos les dieran ese calorcito inherente a nuestra condición. Pero me alegra haber sido yo quien se banco el malestar y no quitarles a mis hijos la posibilidad de sentirse amados.

jueves, 19 de abril de 2012

El día que nacimos

Los días previos al nacimientos no fueron los mejores de mi vida, los dolores de cabeza me aquejaban constantemente y las perdidas momentáneas de mi capacidad del habla me asustaban. Las profecías de una neuróloga de guardia del mejor centro del país tampoco ayudaron y entre confusiones y lecturas encontradas de la mi resonancia, prefería salir de ese centro caminando a media noche asumiendo el supuesto riesgo que ella veía pero que yo sentía como remoto.

El domingo me quedé en cama acompañada por Martín y mi mamá que había venido a cuidarme desde Córdoba. Estuve tranquila pero atemorizada en silencio pensando que si esa posibilidad existía quería que mis hijos vivieran y se acompañaran mutuamente. En ese momento también bendije en silencio que fueran mellizos. Ese  día solo caminé y me senté en la mesa junto a mi abuela que con sus cien años sobre su espíritu jovial había venido a visitarme y desearme lo mejor. Fue una visita preciosa que me alejó un poco de aquellas desafortunadas palabras atemorizantes.

El lunes continuó mi descanso a la vez que mis intentos para que uno de los mejores neurólogos del país me diera una cita para confirmar o descartar aquello que yo prefería aceptar como incorrecto. Al día siguiente, el martes 18 de mayo obtuve una cita extraordinaria con él y debería asistir también a la pactada anteriormente con mi obstetra.

Ese día me levanté y comencé mi recorrido, en la consulta mi médico me dijo que mis valores de proteinuria estaban altos lo que indicaban una preclamcia por lo que los bebés deberían nacer ese mismo día. Me invitó a buscar mis cosas por mi casa para ir a la clínica no sin antes consultar con el neurólogo que nos brindara toda la información a considerar. Y poco tiempo después, el profesional nos confirmó aquello que comenzaba a ponerse sobre la mesa: absolutamente todos mis malestares se debían a la misma causa. Yo encajaba en varios de los casilleros de la preclamcia: era primeriza, tenía edad avanzada y era madre múltiple.

Con un poquito más de tranquilidad llegamos a la clínica y en esa sala de espera que estamos las parturientas antes de ingresar seguí deseando en silencio que todo saliera bien para los tres. Quería estar yo ahí para cuidarlos en lugar de cruzarme con ellos en esta vida.

La cesárea pasó y más un sonido de serrucho no sentí nada más. Lo único que me acuerdo fue cuando levantaron a Juan y me lo mostraron con su cabeza enorme, su necesidad de oxigeno y un montón de palabras amorosas de quienes me rodeaban. "Es grande y sano" dijo la partera. A pesar de la alegría yo seguía concentrada en la próxima escena y luego de dos minutos nació Lu a los gritos. Y también llegaron las palabras: "Es chiquita pero fuerte". No me voy a olvidar nunca la felicidad de verlos ahí a los dos acostaditos uno al lado del otro.

Hasta que se fueron con su papá a conocer a la familia y yo me quedé enterándome que ese día mis hijos habían decido nacer por mi incipiente dilatación. No fue el parto soñado, pero para mi fue el nacimiento más especial que nunca hubiera podido soñar.

miércoles, 18 de abril de 2012

Invitados a la vida







Mi embarazo fue deseado, muy deseado. Quizá por eso no me canso de decirles a mis hijos que fueron invitados a la vida.  En los momentos de intimidad, les cuento cuánto los imaginé, cuánto los esperé y me encanta hacerlos sentir bienvenidos. Se los digo - aunque yo sé que ellos lo sienten mejor que nadie -  porque creo que debe ser lindo escucharlo.

Durante las largas horas que se sucedieron una tras otra en los 19 días que estuvimos con Juan y Lu en neonatología, comprendí que nadie puede vivir sin ser invitado, aunque más no sea  por uno mismo.  Nacer es tan milagroso que tiene que haber muchas deseos y ganas para que suceda. En las varias filas de incubadoras una al lado de la otra, que albergaban esas incipientes y pequeñas vidas al borde del abismo, todas parecían estrellitas lejanas y diminutas, con luces tenues pero con enormes ganas de brillar.

Siempre me pregunto que será de Facundo –nuestro vecino de neo - que con no más de 800 gramos se defendía de las apneas como podía y días tras día compraba un nuevo pasaje a la vida. También recuerdo el enojo de Martín, cuando en las llegadas matinales veía a Juan solito con una sonda, porque su vecino había necesitado un cien por cien de atención y no había brazos para alimentarlo.  

No puedo olvidarme de mi absoluto desconcierto que no entendía porque habíamos ido a parar a ese espacio de tanta complejidad cuando mis hijos parecían estar bastante mejor comparado con sus vecinos. Me acuerdo también con desconcierto de los llantos de Juan, que desentonaban completamente en el lugar y que llamaban la atención de los otros padres, porque los bebés que están tan mal casi no pueden llorar.

A nosotros nos tocó así, en vez de la cuna soñada con moños rosas y celestes, incubadoras plásticas, con sus chillidos robóticos permanentes, rodeadas de enfermeras y médicos especialistas, en el medio de un paisaje aséptico y con aroma a desinfectante; pero nunca me voy a olvidar de la emoción de abrazarlos descubriendo ese enamoramiento profundo y tan del origen de nuestra condición.

Nunca uno imagina cómo serán los primeros días de maternidad, y si bien me llevo esa imagen visual de hospitalización, también me llevó el recuerdo hablarles despacito mientras le contaba de nuestra vida, de nuestra casa, de nuestros sueños, de nuestras ganas de compartir la vida. Porque al final cada vez que los alzaba los únicos que estábamos éramos nosotros, como hacía días en la panza. Y el mundo quedaba afuera, allá lejos de nuestra emoción.

Orden y sentido

Su corralito que hasta ahora había sido un espacio que nos dio muchas alegrías, ahí Juan y Lu pudieron estar en el piso observando tranquilos en un espacio reservado donde nadie los podía pisar ni distraer ni sorprender, un lugar limpio donde todos cuidamos que ellos pudiesen estar a sus anchas, un lugar lleno de objetos adaptados para ellos, un espacio para que ellos pudieran estar en libertad. Sus producciones como le decíamos que a la luz del adulto eran desordenes absoluto de juguetes eran respetados considerando que eran su propia obra de arte y las únicas que podían producir por su edad.

Pero estoy notando que cada vez más mis hijos - sobre todo Lu- comienza a interesarse por las categorías del mundo adulto. Les gusta guardar sus cubiertos en el cajón de la cocina ni bien termina de comer, si ve un zapato en algún lugar de la casa los toma, se los entrega a su dueño cuando no intenta ponerlo. Es notable que Lu, está buscando organizar lo que conoce de su mundo. 

Pero claro, en su corralito no puede hacerlo hasta ahora porque lo único había era un gran piso con algunos juguetes en sus límites, sin ninguna categoría ni lógica que ella pueda entender. Me he puesto manos a la obra, este corralito gigante que albergo a mis hijos hasta ahora buscará convertirse en un espacio de juego más organizado en donde ellos ahora que caminan y tienen las manos libres para el hacer. 

Nuestro corralito gigante se re inventará con mesas y sillas para crear, descubrir, practicar y unas estanterías para categorizar juguetes y delimitar espacios. Estoy segura que Lu sobretodo es lo que anda necesitando ayudarnos en el orden para si, sentirse lo que es cada vez más, un participante activa de nuestra casa.

Me parece que de pronto ver ese espacio ordenado les dará seguridad, porque de ahora todos sabremos donde están las cosas que nos interesan. Mis hijos, el corralito y yo, no estamos adaptando cada vez a los nuevos intereses y asombros de mis hijos.

Y Juan se defendió...

El sábado un amigo de mis hijos cumplió dos años y allá fuimos a la fiesta. El festejo tenía todo y más: invitados en cantidad, un enorme castillo inflable, dos autos para disfrutar en el jardín, un pelotero para los pequeños y muchos dulces para deleitarse.

Juan, como siempre se entregó al disfrute sin dudarlo. Después de rondar por cada uno de los juegos, el pelotero fue su última estación.  Siempre le gustó este juego donde él se puede tirar de lleno y también le gustó esta vez la idea de seguir a un niño que tiraba pelotas por el aire en manifestación de alegría.

Mientras él se mostraba encantado con el espectáculo, algunas pelotas comenzaron a dispersarse. Un niño mayor trato de corregir esto indicándole que no sacara las pelotas y cuando Juan quería entrar al pelotero, el niño mayor lo empujaba apoyando su mano en el pecho de Juan e impidiéndole el ingreso.

Juan parecía no dejarse detener y daba la vuelta al pelotero e ingresaba por otra entrada. De esa forma lograba su cometido. Mientras tanto, yo observaba la situación a una distancia prudencial y cuando se requería mi presencia me acercaba para explicarle amorosamente al otro niño que Juan era más pequeño y que yo me ocuparía de volver las esparcidas pelotas a su lugar.

Pero la mano en el pecho de Juan cada vez que intentaba ingresar me daba algo de impotencia. Pensé que lo mejor era que si la situación estaba controlada dejara que mi hijo lo resolviera por si mismo y además: ¿Qué otra posibilidad tendría? ¿Debería alejarlo de aquello que le gustaba o corregirlo con vehemencia para que no tire las pelotas cuando en un cumpleaños todo es excitación?, ¿Debía ser mas dura con el otro niño que estaba afirmando algo que era cierto? ¿Debería haberme compadecido  de mi hijo porque fuera más chico y que por eso la situación era injusta?. Lo único que pude hacer fue observar... y para mi sorpresa luego de algún tiempo escuche un llanto...

Juan seguía sin poder ingresar al pelotero porque claramente el niño se lo estaba impidiendo. Pero por esta vez la mano no estaba en el su pecho si no en sus cerrados dientecitos. Con este pequeño acto, Juan había dejado en claro que no es gratis provocarlo. Me acerque rápidamente para pedirle que soltara al otro niño porque eso le dolía, pero adentro mío sentí que Juan se había conectado con su límite y hartazgo. Pero claro, si bien la acción no es la más indicada, a sus casi dos años de vida fue el modo que encontró para defenderse. Ya tendremos tiempo para buscar alternativas igual de efectivas y más amorosas para estos casos.

Roto y sano ¿Qué es?

Desde hace días Juan se ha convertido por momentos en un lanzador. Casi siempre una pelota es el objeto elegido, pero otras oportunidades la cambia por otros menos aptos y sobretodo más frágiles. No obstante, debo reconocer que en su corta vida no han sido demasiado las perdidas por ellos provocados.  Y esto no se debe a que tenga pocas oportunidades de manipular sino todo lo contrario, me encanta darles libertad y estimularnos a que colaboren con la vajilla porque me parece importante para su autonomía mas allá de lo que se puede romper.

Días pasados, Juan estaba jugando con un bols que le había comprado para traspasar botones y en un momento lo que parecía un juego tranquilo perdió la calma y por alguna razón desconocida el bols fue a parar a algún lugar para convertirse en tres pedazos. En el afán de cuidado, lo primero que hizo Tati, quien me ayuda a cuidarlos fue sacarle aquellos pedazos mientras le explicaba que lo había roto. Pensé si Juan entendería aquello sobre lo que le estábamos hablando acabadamente y como se sentiría al respecto de seguir su impulso y encontrarse con esta consecuencia no planeada que ni siquiera llegaba a comprender.

Me quede pensando si al sacarle lo más rápido posible no le quitaría una oportunidad de comprender aquello que había sucedido.  Me pareció importante que el pudiera tocar y descubrir qué eran esos pedazos, de donde había venido, porque se había convertido de esa manera y ya no eran lo que el esperaba. Si bien es verdad que las puntas podían ser peligrosas, preferí correr ese remoto riesgo a la vez que lo observaba. Juan tomó los pedazos como pudo y salió de la cocina al garage, donde se sentó - como si nuestra presencia lo delatara y avergonzara - y trato de organizar esos pedazos como en un intento de armado para que fuera aquello qué el conocía y no ese nuevo objeto que no entendía.

Durante esos minutos lo espiamos - respetando su necesidad de intimidad pero a la vez que protegiéndolo - en sus intentos desesperados de armarlo y luego de varios intentos se mostró vencido por la imposibilidad de lograrlo. Fue entonces que me acerqué con otro bols simular y lo puse al lado de lo que el anterior, para que Juan pudiera descubrir por él mismo eso que nosotros le describimos a veces como "roto" y "sano". Creo que con su escaso año y diez meses, tuvo la oportunidad de conjeturar sensorialmente lo que había sucedido: el sintió que lo había roto, no había pasado en las otras oportunidades que había ejecutado esa acción, pero esta vez había sucedido algo inesperado.

Me parece que muchas veces los adultos en nuestro animo de enseñarte a cuidar las cosas hacemos parecido a culparlos. Lo rompiste ¿ves?, hay que tratar las cosas con cuidado. Y a veces me quedo pensando: ¿Entenderán más rápidamente por nuestras palabras lo que significa sano y roto?, ¿No necesitarán más tiempo para decodificar eso que paso que el que necesitamos nosotros?,

Yo estoy segura que Juan comprendió mucho más acabadamente habiendo visto y palpado ese material roto que de haber oído esa palabra varias de mí. Y creo que de ahora en más su deseo de cuidar las cosas no será el resultado de agradarnos a nosotros los adultos, sino porque no querrá sentir eso que me pareció trasmitir con su mirada cuando vio los pedazos dispersos por el piso. A él no le gusto romper algo, independiente de mí y mi explicación.

La confirmación más evidente que lo entendió sucedió al día siguiente, cuando mientras contaba la anécdota frente a él, mi hijo abandono por unos minutos su absorta concentración de las primeras imágenes televisivas para mirarme por algunos segundos. Tanto a mí como a mi interlocutor nos llamó la atención: el sabía de que estábamos hablando y sabía que nuevo. Seguramente con esta información sus impulsos lanzadores se encauzarán algunas veces si y otras mejor no... Pero eso no yo no puedo explicárselo solo él lo puede regular, para aprenderlo realmente, no?