La única solución – dado que vivo lejos de mi madre y mis
afectos – era involucrar otros brazos amorosos que me permitieran delegar en
buenas manos cuando yo estaba dedicada a mi otro bebé. No recibiría de esta
persona el mismo amor que yo le hubiese prodigado, ni este afecto sería
entregado de la misma manera que lo haría yo, pero no por eso lo consideraba
disvalioso.
Mi desafío era encontrar personas experimentadas en el arte
de criar, arropar, acompañar en el comienzo de la
vida para formar una tribu amorosa y contenedora. ¿La humanidad no se habría
criado rodeada de brazos familiares y vínculos cercanos que asistían a la madre
cuando la demanda era demasiada?, ¿Las antiguas tribus o comunidades no habrán
estado colmadas de ánimos colaboradores y deseosos de participar en el acto de
criar considerándola casi una responsabilidad compartida?
La vida moderna nos presenta una imagen
de una diada materna encriptada que nos
deja aisladas, encerradas y más solas que nunca en las crianza. ¿Porqué podría ser
perjudicial para mis hijos ser criados rodeados varios amores?, ¿Porqué sería
beneficioso para ellos que yo fuera la única proveedora emocional cuando este vínculo
podría además ser enriquecido con otros afectos que se irían construyendo?
Me encanta pensar que mis hijos tienen su propia tribu moderna
y si bien no es la que más me hubiera gustado como sería mi familia y amigas, es
la que pude armar con todo mi amor. Una comunidad acotada de mujeres que me
ayudó a arrullarlos desde el comienzo de su vida y que les han enseñado a
reconocer al mundo como un espacio múltiple.
Mis hijos han aprendido a reconocer diferentes formas de
relacionarse, los distintos sabores que puede tener la misma comida y la
multiplicidad de posibilidades que presentan los vínculos. Será por eso que mis
hijos no tienen un solo vínculo de apego sino que tiene múltiples. Ellos saben que
además de mamá pueden confiar también en esos afectos.
Yo creo que para mis hijos fue enriquecedor. Ellos han
estado rodeados de siempre una sonrisa alegre que estaba gustosa de alzarlos,
calmarlos, mimarlos y observarlos. Ellos han experimentado la sensación permanente
que sus necesidades o deseos son legítimos y dignos de ser considerados. Sobre todo han aprendido que cada persona es un mundo como
lo son ellos mismos y que cada vínculo nos renueva de alguna manera algo de
nosotros.
Para mi como capitán de este barco, si bien me
facilitó la tarea no siempre por eso fue un lecho de rosas. Tuve que salir de
un lugar de madre omnipotente que siente que siempre es lo mejor para sus hijos
para también aprender de otras modalidades y estilos; otras tantas veces me
encontré sometida al silencioso cuestionamiento sobre si estaba haciendo lo
mejor y en la mayoría de mis días puedo afirmar que dediqué algo de energía para
invitar a la tribu a sumarse a mi mirada de respeto.